sábado, 1 de mayo de 2010

Eterna Sombra. Miguel Hernández.

Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda granada.
Raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que solo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
centro del árbol de los imposibles.

Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.

Solo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acecha.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.

Soy una abierta ventana que escucha,
por donde ver tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.



Testimonio de Pablo Neruda

'Uno de los amigos de Federico y Rafael era el joven poeta Miguel Hernández. Yo lo conocí cuando llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela, en donde había sido pastor de cabras. Yo publiqué sus versos en mi revista Caballo Verde y me entusiasmaba el destello y el brío de su abundante poesía.
Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva frescura subterránea. Vivía y escribía en mi casa. Mi poesía americana, con otros horizontes y llanuras, lo impresionó y lo fue cambiando.
Me contaba cuentos terrestres de animales y pájaros. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me narraba cuán impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba hasta las ubres, el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquel poeta de cabras.
Otras veces me hablaba del canto de los ruiseñores. El Levante español, de donde provenía, estaba cargado de naranjos en flor y de ruiseñores. Como en mi país no existe ese pájaro, ese sublime cantor, el loco de Miguel quería darme la más viva expresión plástica de su poderío. Se encaramaba a un árbol de la calle y, desde las más altas ramas, silbaba o trinaba como sus amados pájaros natales.
Como no tenía de qué vivir le busqué un trabajo. Era duro encontrar trabajo para un poeta en España. Por fin un vizconde, alto funcionario del Ministerio de Relaciones, se interesó por el caso y me respondió que sí, que estaba de acuerdo, que había leído los versos de Miguel, que lo admiraba, y que éste indicara qué puesto deseaba para extenderle el nombramiento. Alborozado dije al poeta:
- Miguel Hernández, al fin tienes un destino. El vizconde te coloca. Serás un alto empleado. Dime que trabajo deseas ejecutar para que decreten tu nombramiento.
Miguel se quedó pensativo. Su cara de grandes arrugas prematuras se cubrió con un velo de cavilaciones. Pasaron las horas y sólo por la tarde me contestó. Con ojos brillantes del que ha encontrado la solución de su vida, me dijo:
-¿No podría el vizconde encomendarme un rebaño de cabras por aquí cerca de Madrid?
El recuerdo de Miguel Hernández no puede escapárseme de las raíces del corazón. El canto de los ruiseñores levantinos, sus torres de sonido erigidas entre la oscuridad y los azahares, eran para él presencia obsesiva, y eran parte del material de su sangre, de su poesía terrenal y silvestre en la que se juntaban todos los excesos del color, del perfume y de la voz del Levante español, con la abundancia y la fragancia de una poderosa y masculina juventud.
Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y de tierra. Sus ojos quemantes, ardiendo dentro de esa superficie quemada y endurecida al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura.
Los elementos mismos de la poesía los vi salir de sus palabras, pero alterados ahora por una nueva magnitud, por un resplandor salvaje, por el milagro de la sangre vieja transformada en un hijo. En mis años de poeta, y de poeta errante, puedo afirmar que la vida no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal.'

5 comentarios:

Anónimo dijo...

no encuentro ni rastro del día...
bello e inmensamente triste.
un abrazo Josune.

A.J.Calero

Anónimo dijo...

No encuentro ni rastro del día.
Bello e inmensamente triste.
Un abrazo Josune.

A.J.Calero

Josune dijo...

Desolador. Como su propia vida. Muy hermoso sin duda.
Otro para ti.
Josune.

Pd. Es un de los que hemos escogido para el recital. A ver si te llamo esta semana.

Juanfran dijo...

No se como nos saldrá el recital pero de momento tengo buenas sensaciones,sobre todo después de anoche. Estuvo la tertulia amena e interesante y me alegró mucho comprobar que los nuevos comparten con nosotros el gusto por la poesía hernandiana. Pero si tengo que quedarme con un momento de la reunión en Sin fronteras me quedo con tu magistral interpretación de nanas de la cebolla, momento mágico sin duda. En primer lugar porque me parece una de las canciones más hermosas que mis oidos han escuchado jamás, no obstante desde que se la oí a Serrat recurro a ella infinidad de veces. ¿Que a mi mente se avecina una torment? ahí encuentro el antidoto, o sea la paz, ¿que estoy triste? la nana me arrebata las penas. Por eso quiero darte las gracias, púes hasta ese momento mágico no la había escuchado en directo.

Josune dijo...

"magistral interpretación"..., no veas como te pasas, más bien de andar por casa. la tertulia estuvo superior, ójala consiguiesemos un clima así todos los viernes que nos reunimos. Había algo especial, esa es la verdad, unas ganas, el ambiente, no sé pero estuvimos muy a gusto todos y eso se notó. Eso seguro que hará que el recital salga bien, aunque sólo sea por las ganas que le ponemos. me alegro de que os gustara mi aportación, seguro que la oirás más veces.