martes, 4 de agosto de 2009

El abrazo.

Me entrené escribiendo cartas cuando vivíamos lejos de mis abuelos, y mi padre me dejaba un espacio en sus cartas para que yo le escribiera unas letras a mis abuelos que vivían en el pueblo.
Mis cartas siempre terminaban con muchos besos... besos para todos, un beso gordo, un besino... con distintas modalidades pero de besos al fin y al cabo.
Durante muchos años consideré los besos como el máximo exponente del sentimiento y el acercamiento.
El abrazo sin embargo y no sé decir por qué, me resultaba lejano, era como algo que no iba conmigo o no comprendía( será porque casi todos los que yo había visto eran de esos lejanos, un ligero palmoteo de espaldas... en fin)... ó que se yo. Me resistía a terminar mis misivas con abrazos.
Este fin de semana lleno de abrazos, unos muy dolorosos, otros entusiastas, con los que no puedo disfrutar todo lo a menudo me gustaría, me ha recordado y puesto en evidencia esas diferencias entre lo breve pero intenso de los besos, y los largos y matizados abrazos.
Me quedaría suspendida de unos brazos en los que colgarme, compartiendo sentimientos desbordados, aguantando el peso de los de un amigo deshecho en lágrimas, sabiendo que es lo único que puedes hacer por él; de mi hermana que no sostenemos mucho con temor de no poder desprendernos, de uno que no implique ir o venir, sólo estar, querer estar aspirando el aroma familiar, cercano.
Me quedaría así, abrazada, entrelazada, percibiendo, recordando, compartiendo, riendo o llorando pero sobre todo estando... cerca... muy cerca. Ahora mismo os daría uno a tod@s vosotr@s... que putada de distancia... pero no renuncio, ya me los cobraré: apretados y largos.

No hay comentarios: