viernes, 4 de julio de 2008

De camino a casa.

El paisaje va cambiando: los sarmientos van llegando al suelo, se arrastran de forma azarosa, uno por aquí otro por allá, los racimos de uvas empiezan a vislumbrarse entre las hojas de las parras; y la tierra, que ha ido perdiendo humedad, se ha vuelto más clara y polvorienta; sólo en el borde de la carretera se distinguen aún los últimos signos de las tormentas: las pequeñas gramas fructifican en forma de pata de gallo, verde-rojizas según vas pasando a su lado.
Las alpacas se esparcen en líneas después del paso de la cosechadora esperando ser recogidas, son el último signo de la cosecha de cereal recién recolectada. De los olivos se desprenden destellos plateados del envés de sus hojas, aguantando como ningunas el sol abrasador del verano; con los “brazos” caídos a los lados, bajos, casi llegando a tocar la tierra que los alimenta a la espera del engorde de las aceitunas del invierno.
Entre todos esos campos, el regato transcurre dejando una estela de verdor entre cañas, mimbreras, juncias, altos álamos y entramados de zarzas con las moras aún verdes en sus ramas. Su camino es sinuoso atraviesa fincas, viñas, olivares y campos de cereales de secano, lo puedes seguir con la vista durante mucho tiempo.
Las huertas prometen: suculentos tomates con fuerte olor, pimientos, berenjenas, pepinos, calabacines y estupendas lechugas, gordas sandias refrescantes y melones. Unos girasoles bordean la huerta. Entre las matas, los frutales apuntan el amarillo y rojo de las ciruelas, los melocotones, las nectarinas…
Mientras, los abejarucos vuelan buscando abejas en busca de polen, un mochuelo me mira desde una señal de tráfico y yo, voy disfrutando de todas esas visiones, escucho música y saco la mano por la ventanilla, me gusta sentir la resistencia del aire... a pesar del calor.

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