miércoles, 28 de mayo de 2008

Sevilla la chica

Sevilla la chica, así la llaman..., Zafra. Hoy que por motivos de trabajo me he quedado a comer aquí, he disfrutado de un paseino por esta ciudad en la que más bien se respiran aires de pueblo grande, con el encanto de casas viejas, flores en los balcones y una cierta tranquilidad en sus calles, sobre todo en las que rodean el centro de las dos plazas mudéjares: la grande y la chica… tan bonitas.
Disfruto mucho caminando por esas calles con sabor de otros siglos, escuchando los pasos de mis zapatos en las paredes de esas callejuelas, me transportan a otros momentos. Son maravillosas.
Este tiempo es muy contemplativo, la cantidad de horas solares y la cantidad de matices diarios en todos los elementos visibles que nos rodean, hacen que esta larga primavera llene mis sentidos de multitud de sensaciones. Aunque me consta que la primavera altera el humor y el bienestar de más de uno, para mí es una explosión de colores, luces, sobras, olores… que prometen no se sabe el que, ¿calor?, ¿un rico granizado de limón? No sé, pero algo traen siempre.
Es en esta estación cuando más miro el cielo, tan distinto todos los días, cuando más paseo mi vista por los campos llenos de flores, hojas nuevas, cereales ondeantes los días de aire… un mundo de colores para encontrar en mi paleta de acuarelas, que como inexperta me cuesta descubrir, pero como aprendiza interesada intento encontrar, cómo conseguirlos, fascinada por los ilimitados matices y tonalidades posibles, no siempre a mi alcance…
Mis primeras acuarelas fueron una caja de esas escolares que aún conservo y con las que mis fieras guarretean el día que tienen ganas de enredar con los pinceles, en realidad mis coqueteos con la pintura siempre había sido con otros materiales: el carboncillo, los pasteles, algo de aburrido óleo (aburrido para mí, claro). Con la acuarela encuentro una frescura, un juego con el agua, con ese algo incontrolable del pigmento con la humedad del papel… que me invita permanentemente a buscar más opciones y posibilidades, sin otro afán que la sensación extraordinaria de la magia de los pinceles suaves y las combinaciones de más húmedo, más seco, más o menos pigmento y los tan sorprendentes resultados de ese juego. He visto acuarelas tan controladas por maestros, que cualquiera diría que están hechas con cualquier otra técnica, sin embargo a mí no me seduce la idea del control, sólo el suficiente para que defina algunas líneas que necesito y poco más, me gusta su transparencia, esa posible conexión entre capas de aguada y luego dejarlas secar… a ver sus efectos.

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